Así de tajante se ha mostrado esta tarde Carlos Palacios Riocerezo, veterinario y profesor titular de Producción Animal en la Facultad de Ciencias Agrarias y Ambientales de la Universidad de Salamanca (USAL), que ha sido el encargado de presentar en Salamaq, dentro de sus Jornadas Profesionales, parte del proyecto realizado dentro de la última convocatoria de investigación de la Diputación de Salamanca y la Universidad de Salamanca, que se hizo con motivo del octavo centenario de USAL que versaba sobre prácticas agropecuarias ecológicas en el entorno de la dehesa, que se inició hace tres años.
Así, durante la charla titulada ‘Biodiversidad en ecosistemas de dehesa con gestión agroecológica’, organizada por el Colegio Oficial de Veterinarios de Salamanca, Carlos Palacios ha intentado explicar cómo la presencia o no presencia de vacas en sistemas extensivos en la dehesa o en el encinar (que es una dehesa más tupida) afecta o no a la biodiversidad. Parece, por “lo que hemos recogido con cámaras de fotocampeo”, ha indicado, que aparecen más especies y menos mayoritarias (por ejemplo, el jabalí en menor cantidad) cuando hay vacas que cuando no las hay. Esto viene a decir, según este veterinario y coordinador del proyecto, que “cuando hay vacas en el monte, en la dehesa, no perjudica al resto de las especies, sino que parece que la refuerza y hay mucha más variedad”.
Así, según ha explicado, en las zonas de dehesa estudiadas con vacas hay más de trece especies específicas en la zona frente a donde no había vacas, que había nueve. Y sobre todo, en la zona donde no había vacas hay una colonización “brutal” de jabalí, que ha aparecido a más del 65%, sin embargo, cuando no hay vacas baja por debajo del 40%, está más limitada su presencia.
Concretamente, y más entrando en detalle, ha mostrado -según los estudios realizados en una finca de Larrodrigo- que la dehesa que tenía vacas contaba con un 38% de jabalí, 21% de tejón, 16% de zorro, 14% de gineta, y en menor proporción corzo, garduña y liebre (todos en un 2%); y lobo, rata, estornino, tórtola europea y gato montés en un 1%. Mientras que en las zonas donde no había vacas se han encontrado que el porcentaje de jabalí ascendía al 68%. El resto de especies se encontraban en porcentajes menores (zorro, 12%; tejón, 6%; liebre, 5%; estornino, 3%; gineta y garduña, 2%; y corzo y lobo, 1%).
Ante estos datos, Palacios ha querido resaltar que “yo no quiero decir que esto sea verdad pura ni que se dé en todos los casos”. Pero el estudio realizado durante varios años y más de mil registros indica que hay una tendencia “que nos dice no hay un perjuicio de los animales de renta, de las vacas en este caso, frente a los animales salvajes; sino que cohabitan muy bien y que hay mucha más variedad” y eso es lo que se pretende con la biodiversidad, que haya más especies y que convivan de forma natural.
La conclusión del proyecto realizado gracias a la Diputación de Salamanca y a la Universidad de Salamanca podría ser que “ni pocas ni muchas; si tenemos una carga muy alta de vacas por hectárea perjudicamos al medio, no a las especies, pero sí al suelo, al entorno y al paisaje; pero si no tenemos, también; por lo que hay que llegar a una carga equilibrada que estaría en una vaca por cada tres hectáreas o incluso que tenga más hectáreas disponibles. Menos cantidad de vacas que hay ahora, pero que existan”.
Lo que está claro con este estudio es que “las vacas no son malas para la biodiversidad. Donde hay vacas hay más especies que donde no las hay; y sabemos, al menos, que malas no lo son”, ha concluido el coordinador del proyecto. Se puede discutir si más o menor número es lo ideal, pero en los cuatro ecosistemas estudiados siempre han aparecido más especies donde hay vacas que donde no las había.